miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿Bicis? ¡Si, gracias!

El que escribe hoy quiere postear un magnifico articulo de JAIME DESPREE titulado ¿Bicis? ¡Sí, gracias!
Este articulo lo podéis encontrar en su blog junto a otros artículos muy interesantes http://despree.blogspot.com

Llegué a esta amable ciudad, allá por el 2004, en mi propio coche. Hasta entonces creía que entré él yo mediaba algo más que una simple utilidad. Como era rojo, potente y de marca, creía estar enamorado de él. Lo aparqué en un determinado lugar para que pudiera verlo desde mi balcón, y cada mañana al contemplarlo me decía a mí mismo que era la persona más afortunada del mundo por poseer semejante automóvil.
Pero pasaron los meses y salvo mi rutinaria y emotiva contemplación matinal no le encontré utilidad alguna, por lo que empecé a sospechar que algo había cambiado en nuestra relación amorosa, pues en España me parecía imposible que pudiera vivir sin él, y ahora incluso más de una mañana me olvidaba del rutinario vistazo.
Lo que había sucedido es que tuve la ocurrencia de comprarme una bicicleta para dar, de vez en cuando, un paseo por el parque y estar en forma. Casi ni me acordaba ya de cómo se montaba en bici, y al principio di más de un traspiés y a punto estuve de caerme de cabeza al río. Luego se me ocurrió ir a comprar el agua con la bici, por el peso. Después, total estaba cerca, extender mis aventuras ciclistas dominicales hasta el Tiergarten. Ya más seguro y confiado un buen día me atreví a ir hasta el Cervantes, a más de 3 kilómetros de distancia, y por último, un domingo llegué hasta la capital de Brandemburgo, Postdam. ¡Nada menos que 15 kilómetros! Así comenzó mi desamor con mi pobre automóvil.
Al principio andaba con cuidado y me gané más de un severo rapapolvo por circular por las aceras en aquellas calles sin carril bici (escasísimas, y además en estos casos las bicis pueden circular por el carril bus), pero con el tiempo he adquirido tal confianza que en más de una ocasión he estado a punto de atropellar a algún automóvil. En vista del éxito, compré otro modelo más "potente", con más marchas y más cestas para llevar más cosas. Lo peor era pasar con la bici frente al automóvil, abandonado, olvidado y supongo que para su categoría humillado por una simple bici de 150 euros, con dos cestas y faro alógeno.
Un buen día tomé la inevitable decisión: llamé a los del desguace para que se hiciera cargo del coche, porque nuestra relación se había deteriorado de tal manera que incluso me molestaba su presencia. No se me escapó ni una sola lágrima cuando vi como lo cargaban en el camión del desguace, sin duda que había dejado de interesarme por él. Los siguientes meses mi salud, física y mental, mejoró ostensiblemente, y mi amor por la bici ha desbordado todas mis expectativas. Naturalmente que todo se lo debo a esta ciudad, pensada para las personas y no para que los coches se puedan mover con rapidez de un sitio a otro, aunque sea al supermercado o a la videoteca del barrio.
También influye que Berlín es una ciudad plana y amplia en todos los sentidos. La cuesta más empinada puede superarse fácilmente en "primera". Salvo los turistas, nadie invade el carril bici, y todos circulamos por nuestra mano. Una vez un guardia me recriminó que circunvalara una rotonda por el carril en sentido contrario. Aprendí la lección. Hay "controles" sorpresa, para ver como vamos de frenos y de luces, además de cubiertas, claro está, y la multa creo que es de 20 euros por ir en malas condiciones.
Aquí hay bicis de todos los tipos. Las hay de carreras, de estilo, de batalla o como la mía, para todo uso. Las hay de tres ruedas para comodones o con poco sentido del equilibrio; de asiento bajo, para excéntricos; hay bicis tan pequeñas que no hay sitio para los pedales, y se impulsan como los patinetes (Son de madera y las primeras para los más pequeñajos). Hay remolques para llevar los bebés, enganches para los más pequeños, pero también hay "súper bicis", como las de los carteros, que pueden impulsarse en las cuestas con un motor eléctrico.
No sé cuantos kilómetros hay de carril bici, nunca se me han dado bien las estadísticas, pero hay muchos. Donde no hay es porque no hace falta, porque está la alternativa del "carril bus". Al principio impresiona ver esa mole de autobús, como son los de dos pisos, circular a tu rebufo y a tu paso, pero se tienen que aguantar. Naturalmente que yo meto la cuarta cuando tengo uno detrás, ¡por si acaso! Si en un cruce de barrio sin señalizar se presentan una viejecita con su andador, una bici, un coche y un camión, no hacen falta señales: primero cruza la anciana, después la bici, luego el coche y por último el camión.
Tienen tanto éxito las bicis en Berlín que la DB (Ferrocarriles alemanes) tiene una flota de bicis estupendas que pueden alquilarse con el móvil en cualquier lugar, pero ya son muchos los hoteles de categoría que disponen de bicis gratuitas para uso de sus clientes. Yo creo que aquí la cultura de la bici va más allá de lo práctico o ahorrativo, es sobre todo un desafío a la estupidez que supone un desmedido e irracional uso del automóvil.
Nada me gusta más que ver, un domingo por la mañana la típica familia berlinesa de paseo en bici por el parque. Primeo va ella, que lleva en una silla el hijo mediano, luego pasa el padre, que tira de un bonito remolque donde viaja el bebé, por último, le siguen el "mayor" (que no levanta un palmo del suelo) con su mini bici con banderín de aviso, casco y rodilleras, pedaleando con ganas para no quedarse rezagado. Si yo pudiera volver a se niño pediría a los Reyes Magos que me trajera una ciudad tan bien montada y humana como es Berlín.

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