viernes, 18 de enero de 2008

La primera vez de CHENDY



Bluetomate y el que escribe hoy pretendemos iniciar una serie de post en los que nuestros amigos cicloturistas, ya sean amigos virtuales o amigos amigos, puedan contarnos como fueron sus primeras pedaladas en los tiempos remotos o prehistóricos de su infancia.


Desde el principio pretendimos que este blog fuese un punto de encuentro, de opinión y de puesta en común de las historias del que pase por aquí. SuperFidel el 9 de Enero, en el comentario que hizo al mejor recuerdo de Alvaró, abrió la veda a todo este lío. Hoy Chendy cuenta su película y espero que en futuras entregas, cada uno de vosotros, nos contéis ,como os apetezca y con vuestro estilo, esa primera vez.




Adelante Chendy


Mi primera bicicleta me la regaló mi padre.
Por aquel entonces, creo que era el año 1975; mi madre, mis hermanas y yo ya vivíamos en Gijón; pero mi padre se había quedado a trabajar en Alemania por algún tiempo más. Él había vuelto para pasar las vacaciones de verano y una mañana se marchó temprano sin decirnos adónde iba. Al regresar a mediodía entró por la puerta y nos dijo: “bajar al portal porque os he comprado un regalo y lo tengo allí”.
Sin perder un instante bajamos corriendo como locos sin tener la menor idea de qué podría ser. Cuando llegué al portal me quedé absolutamente estupefacto, creo que pocas veces en mi vida me he emocionado tanto. ¡Allí estaba! Era una bici, una BH roja de paseo, de las rígidas (porque había otras que se podían plegar por la mitad). A mí (las bicis, claro) siempre me gustaron rojas y rígidas (debe ser que encajan con mi personalidad).
Por la tarde decidimos ir a probar la bici; recuerdo bastante bien que estaba realmente ansioso por lo que debí de dar bastante la coña durante la comida. Nos fuimos al Polígono, que caía cerca y por aquel entonces era un conjunto de calles y aceras sin otro edificio que el de las antiguas casas de los militares. Elegimos una acera ancha que rodeaba una pequeña zona ajardinada de forma rectangular, teníamos que probar la bici por turnos que consistían en dar una vuelta alrededor de la zona ajardinada.
Como habíamos ido toda la familia, la primera en probarla fue mi madre. Se subió a la bici e hizo un impecable primer tramo recto, pero en vez de girar para completar la vuelta se fue de frente contra otra zona ajardinada rodeada de un bordillo. Como es lógico la cosa acabó en accidente.
Todos corrimos asaltados por la preocupación y la duda ¿Estará bien mamá? Pero, sobretodo:¿Le habrá pasado algo a la bici nueva? Al final no había pasado nada, sólo un susto; aunque mi madre decidió no montarse nunca más en una bici (y creo que cumplió su promesa).
Llegó el turno de mis hermanas que dieron una vuelta sin contratiempos.
Ya me tocaba a mí, ¡Por fin! En ese momento fue cuando me di cuenta, me extraña que no se me hubiese pasado por la cabeza hasta ese momento: NO SABÍA MONTAR EN BICI.
Naturalmente mi padre sí sabía que yo no sabía; así que me dijo: “tranquilo que yo te sujeto y cuando vea que puedes hacerlo sólo, te suelto”. Eso me animó mucho así que me conjuré para aprender lo más rápidamente posible.
No podía ser muy difícil si mis hermanas eran capaces de hacerlo (siendo chicas, pensaba yo para mis adentros en aquel entonces). Y resultó que muy difícil no sería, pero muy fácil la cosa tampoco era.
Tras varios intentos sin mucho éxito, me asaltó una angustia que comencé a notar en el dedo gordo del pie derecho y que iba ascendiendo progresivamente invadiéndome sin piedad (como hacen los norteamericanos). Aquel día, que había empezado tan bien, corría el riesgo de terminar en tragedia si no conseguía dominar aquella máquina. No podía ser tan complicado, en Alemania yo tenía un patinete de ruedas hinchables blancas y freno trasero que dominaba a la perfección.
Así pues, cuando la angustia estaba llegando a la cabeza y amenazaba con salir por las orejas, se produjo el milagro. De repente noté que mi padre ya no estaba pegado a mí sujetándome por el sillín, iba yo sólo en la bici.
La verdad es que no pude girar y tuve que bajarme, de momento sólo sabía ir recto, pero lo había conseguido.
Cuando regresamos a casa esa tarde-noche, creo que era una de las personas más felices del planeta. Aquella noche me fui a dormir con la ilusión de levantarme por la mañana, coger la bici y aprender a girar.

(Creo que sucedió más o menos así, aunque podría ser que no)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Chendy: sencillamente genial!

Anónimo dijo...

Lo mejor....los pantalones del chendi.

Asun dijo...

Acabo de leer tu primera experiencia en bici, y la verdad , es que me he puesto a llorar como una tonta, y es que me has removido muchos sentimientos de esa época que tenía un poco escondidos.Me he emocionado y me ha encantado volver a sentirme como entonces.
Gracias hermanín.